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Platón ante la sofística

Lo que sucedió en la Atenas del siglo V a. C continúa siendo motivo de investigación y discusión. Platón ante la sofística. (Des)encuentros, compendio de artículos editado por Leticia Flores Farfán y Rogelio Laguna García, prueba el interés persistente de la filosofía  en  dilucidar  su  nacimiento  como  disciplina  en  oposición  al  llamado movimiento sofístico, pues, en ocasiones, resulta difícil trazar la línea que separó y separa dos actividades cuya práctica, aparentemente, se apoya únicamente en el logos. Sin embargo, este volumen, pese a reanudar el enfrentamiento entre Sócrates, Platón y la primera sofística, se propone ofrecer un estudio lo más libre posible de los sesgos que ha supuesto la pérdida de los escritos sofísticos, en contraste con la conservación del  corpus platonicum; el modo a proceder será, por tanto, el análisis de aquellos diálogos en los que, mediante la caracterización del sofista como interlocutor, Platón señaló las diferencias entre ambas disciplinas.

En la introducción del volumen nos encontramos con toda una declaración de intenciones:  siguiendo  la  propuesta  de  Jacqueline  de  Romilly,  quien  defendió  la revolución cultural que supuso la empresa de los sofistas, los diferentes autores que ha reunido esta publicación revisitarán algunos de los diálogos platónicos para, en conjunto, caracterizar a los hombres que desempeñaron este peculiar empleo. Así pues,  recibimos  una  serie  de precauciones:  del  mismo  modo  como  es  necesario clarificar que los sofistas no eran un grupo ideológicamente homogéneo, también lo es poner en duda la crítica platónica. ¿Y si el sofista criticado no hubiese existido? En ese caso,  no  sería  justo  discernir  este  grupo  basándonos  únicamente  en  testimonios posteriores, mayormente negativos e influidos por Platón.

El primer artículo examina el Laques con la perspectiva de Michel Foucault, quien identificó la parrhesia socrática no como una labor política sino como labor ética, definiéndola como un compromiso con la verdad cuya diferencia con la retórica radica en la simplicidad de las palabras y el pacto entre interlocutores. Además, a juicio de Arlen W. Saxonhouse, la libertad de expresión propia del parrhesiastés es, en última instancia, motivo de denuncia en los tribunales. Tal vez la elección del Laques desconcierte a algunos lectores, de ahí que Foucault, en uno de sus cursos, la justificase amparándose  en  las  siguientes  razones:  las  nociones  de exétasis (el  examen  de nuestras creencias) y epiméleia (cuidado de sí mismo), el retrato de la escena política ateniense, el coraje como tema principal y la preocupación por la manera de vivir por encima de la del alma. De acuerdo con esto, podríamos concluir que el aspecto más importante de este diálogo es la armonía de las palabras y la vida de Sócrates.

Una vez introducida la dialéctica como sinónimo del hacer filosófico, es posible para el lector establecer una comparación entre la actividad que llevaron a cabo Sócrates y Platón y la que Protágoras, interlocutor del siguiente diálogo que se comenta, eligió como modo de vida y sustento económico. El Protágoras es un texto que, desde luego, se presta a utilizarse para ilustrar las diferencias entre el filósofo y el sofista. No solo vemos desarrollada la tesis de la unidad de la virtud y su clasificación como ciencia, también vemos en acción al traficante de almas que, al someter su saber a preguntas aparentemente sencillas, demuestra desconocer aquello que anuncia poder enseñar a los jóvenes.

Por otra parte, a diferencia del estudio enfocado en los argumentos y el carácter retórico del Protágoras, el capítulo dedicado al Gorgias partirá de la propuesta de Charles H. Kahn –es decir, que algunos diálogos sirven como prolepsis de las tesis desarrolladas en la República– y de la idea de que la política necesita un contenido que  le  permita  ser  definida  como  una  verdadera tékhnê  o epistêmê.  La  lectura propuesta en este artículo se apoyará en otros diálogos como el Teeteto, a raíz del cual Enrique Hülsz Piccone afirmará que “la imagen platónica del filósofo contiene, pues, una paradoja reiterada”; es decir, la discusión con Gorgias, Polo y Calicles, además de esclarecer por qué la filosofía platónica es principalmente ética y política, conviene entenderla como una reflexión sobre cuál puede ser la relación entre la vida filosófica
y el poder, entre otros elementos.

Profundizando en la conflictividad retórica, el Eutidemo es, probablemente, el diálogo en que el juego dialéctico entre Sócrates y sus interlocutores, los hermanos Eutidemo  y  Dionisidoro,  resulta  más  llamativo. Aunque  el  tema  central pueda considerarse la capacidad para exhortar a la virtud, es probable que la perplejidad que suscita la erística en el lector acabe ¿por hacer opacos? los argumentos expuestos. Una iscusión cuyo único fin es la derrota del oponente o el aprendizaje del uso adecuado e los argumentos  pueden  considerarse amenazas,  pero,  así  como  en  el caso  de ualquier otro sofista, el verdadero peligro es su autopercepción como maestros de la virtud. La conversación, pues, se llevará a cabo con el objetivo de poner en evidencia los  absurdos  razonamientos  en  los  que  resulta  la  lucha  de  palabras  y, consecuentemente, la inexistente relación entre la erística y la virtud. En oposición, Sócrates servirá como ejemplo de la exhortación filosófica, que comprende la felicidad y una aporía muy diferente a la confusión y paradojas de la erística.

Este tipo de aporía queda retratada en el Libro I de la República, cuya fecha de composición y características  han  propiciado  que,  para  algunos  intérpretes, la investigación  de  la  justicia  realizada por  Sócrates pudiese ser,  originalmente,  un diálogo a quien Trasímaco, cuya tesis parece la más fuerte a comparación de la del resto de personajes, diese título. El artículo que recoge este volumen repasa tanto estas cuestiones como los aspectos dramáticos de la escritura platónica para defender que, una vez resumidas las respuestas dadas  al largo del Libro I,  la aporía no ha de entenderse como un fracaso sino, en todo caso, como un indicador de que el método empleado no ha sido el correcto. Aun consiguiendo Sócrates rebatir la argumentación del sofista calcedonio, todavía es pronto para responder qué es la justicia. Sin embargo, parece quedar acordado que esta no es lo que conviene al más fuerte, como defiende Trasímaco, pero sí una virtud, necesaria y útil para las relaciones humanas y la vida feliz.

El último diálogo que examina este volúmenes el Sofista, al que dedica los últimos dos capítulos. El primero analiza tanto el personaje del Extranjero de Elea como su discurso, que tiene como propósito exponer la distinción entre el filósofo y el sofista y, para ello, es necesario probar previamente la existencia del juicio falso, desafiando así las nociones del ser y el no-ser propias de la escuela eleática. A grandes asgos, diríamos que se trata de un diálogo un tanto particular: no vemos, como en el Teeteto, las dos profesiones comparadas sino también la mención de un sofista noble, en el que podríamos reconocer a Sócrates. Sin embargo, no perderemos de vista la triada político, sofista y filósofo, a partir de la que comenzará la discusión ontológica y se enunciarán siete definiciones, entre las que destacan las del purificador de almas y el productor de imágenes. Al haber aceptado la existencia del juicio falso, Teeteto y el Extranjero abandonan la ontología parmenídea: el ser no es absoluto sino una potencia (dúnamis), mientras que el no-ser es relativo y afecta a todos los entes, pues ha de entenderse como lo diferente (héteron). Así pues, al trasladarse esta explicación a la empresa inicial, se obtiene la subordinación de la existencia del sofista a la del filósofo, en tanto que es su no-ser.

No obstante, el uso de la retórica en este diálogo es merecedor de atención, pues, de nuevo, vemos pendiendo de un hilo la relación entre palabra y verdad: ¿Acaso son apariencia y engaño dos formas de denominar un mismo problema? No, pues “la paradoja depende de la interdependencia estricta entre el plano ontológico y el del lenguaje”.  Esta  no  es  la  única  ocasión  en  que  la  cuestión  del logos y, consecuentemente, el saber del sofista es puesto en duda. Previamente, al tratar con el Eutidemo, ya  dimos  con  la  defensa  de  que  no  era  posible  mentir  al  hablar, aprovechando la ambigüedad del griego, además de la aparición de Protágoras, a quien se toma como figura de referencia de doctrinas que evocan los discursos dobles. Sin embargo, esta vez recurriremos al Crátilo, en ¿particular? al comentario realizado por Proclo, en que esta paradoja –ahora en relación  con  el naturalismo– invita  a la comparación  de  las  posturas  de  Platón  y  Antístenes,  cuyas  máximas  entran  en contradicción de acuerdo con la autora Las diferencias entre ambas podrían resumirse en su fundamentación: Antístenes parte del planteamiento de que solo si decimos lo que la cosa es, podremos identificarla; por el contrario, la Teoría de las Ideas permite a Platón postular un nuevo plano de objetividad.


A propósito de la Ilustración griega –término de E. R. Dodds, presente en la introducción– este volumen refleja el cómo y por qué de que estos dos tipos de discurso recibiesen un papel propio en la cultura de la Grecia clásica. Sin embargo, que la sofística tuviese inmediata repercusión en el ámbito político y fuese novedosa, probablemente más fácil de apreciar que la que tuvo la filosofía, no es suficiente. Puede que la búsqueda de inteligencia, verdad y virtud, emprendida por Sócrates y heredada por Platón, no pueda considerarse una revolución, pero sí una vida feliz.

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Fuente original (PDF): La Torre del Virrey https://revista.latorredelvirrey.es/LTV/article/view/1533/1423

Por Eric Jiayu Martos García.