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Entrevista a la filósofa Marta Tafalla

“Que los humanos seamos 8.000 millones y queramos dieta cárnica va en contra de cualquier ley de funcionamiento de la biosfera”

  

Igual que hay consejeros de la Comunidad de Madrid que no ven a los pobres y, por tanto, para ellos no existen, también hay filósofos que no ven a las filósofas y para ellos tampoco existen. Pero están ahí. Como pedía Grace Paley, durante siglos las mujeres han leído a los hombres y, tal vez, ha llegado el momento de que los hombres les devuelvan la cortesía.

Marta Tafalla (Barcelona, 1972) es una de estas filósofas. Profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona, Tafalla es una de las pensadoras más lúcidas de este país en el ámbito de la ecología y nuestra relación con otras especies. Lo hace además desde una perspectiva muy original en la que confluyen la ética y la estética. Autora de varios libros sobre esta cuestión, su último ensayo es Filosofía ante la crisis ecológica. Una propuesta de convivencia con las demás especies: decrecimiento, veganismo y rewiding, publicado por Plaza y Valdés

Nos citamos en una cafetería con opciones veganas de una plaza del barrio barcelonés de Gracia para hablar de este ensayo, sostenido por decenas de lecturas, que intenta sacudir nuestras conciencias y proponer alternativas al derrumbe ecológico desde el respeto a los otros seres vivos. “Yo soy muy pesimista, pero creo que hay que intentarlo, hay que seguir, nos lo jugamos todo, es una cuestión también de dignidad”.

En la primera parte de tu libro señalas el desprecio que aún hoy hay hacia las filósofas. Y citas una anécdota con Manuel Cruz.

En una colección de libros de filosofía que dirigió le cuestioné que apenas había mujeres. Cuando se lo dije, su respuesta fue que la razón es que apenas hay filósofas. La comunidad filosófica en gran medida sigue siendo muy patriarcal. En los temas de los grados de filosofía se estudian sobre todo a señores y cuesta mucho esfuerzo conseguir que las filósofas entren en los temarios. 

¿Qué puede aportar la filosofía en todo este debate en torno al decrecimiento, el veganismo o el rewilding?

En estos temas necesitamos muchas disciplinas distintas que trabajen juntas y la filosofía es una de ellas. Desde la filosofía se ha pensado mucho qué es una cosmovisión, cómo entendemos al ser humano en sus relaciones con el mundo natural, con otras especies. Además, se trabaja en ética y la ética es fundamental para pensar la crisis ecológica.

El libro aborda tres cuestiones que a ti te parecen clave: el veganismo, el decrecimiento, y el rewilding.

El problema de fondo es que nosotros estamos provocando una extinción masiva de especies, entre otras razones porque los seres humanos somos ya 8.000 millones de personas y mucha gente quiere o aspirar a tener una dieta cárnica y lo que se entiende por un nivel de vida elevado. Quiere poseer muchas cosas, usar muchos recursos, y esto ejerce una presión excesiva sobre la biosfera. La manera de frenar esta presión es emprender un decrecimiento, algo que deberíamos hacer de manera democrática, consensuada, de manera razonable, es decir, prescindir de aquellos bienes más superfluos pero que son muy costosos para el medio ambiente y pasar a vivir de una manera materialmente más sencilla.

Hay que hacer un ejercicio personal de qué cosas podemos prescindir. Por ejemplo, podemos prescindir de ir de vacaciones en avión a la otra punta del planeta o de comprar mucha ropa. Podemos dejar de hacer ciertas cosas que no son tan necesarias, que no tienen un impacto tan grande en la calidad de vida y que nos permitiría que el mundo natural se pudiera recuperar. En este punto el veganismo es muy importante porque la primera causa de pérdida de biodiversidad es la dieta basada en animales. Es una cuestión absolutamente central. La idea es que vaya de la mano del rewilding, permitir que los ecosistemas se recuperen.

En este sentido, el decrecimiento y el rewilding para mí son dos caras de la misma moneda. Nosotros hemos de decrecer para que las demás especies se recuperen. Y esto en parte es por una cuestión ética, pues las demás especies tienen tanto derecho como nosotros a estar aquí. Pero también por una cuestión de mera supervivencia, porque las demás especies son las que realizan funciones ecológicas que hacen que la biosfera funcione. Si desaparecen la biosfera colapsará.

 Señalas que el sistema capitalista es una de las causas de la crisis ecológica, pero que no solo hay que atribuirlo a eso.

Coincido con la mayoría del movimiento ecologista, que es anticapitalista. Es un punto importante porque el capitalismo, además de colonial ('salvaje' para mí es un término positivo, por eso no me gusta) es insaciable, lo mercantiliza todo. La vida de cualquiera al final es una mercancía. Pero creo que es ingenuo pensar que el problema solo viene de ahí. El capitalismo es muy reciente y los seres humanos venimos haciendo cosas mal desde mucho antes de que surgiera el capitalismo. Los problemas vienen de antes y creo que esa mirada de ir más allá nos cuesta un poco. Cuando tú dices que el capitalismo es un error, siempre es como que el error son los demás, pero no miras si tú dentro de ti tienes un problema también. Cuando en cambio decimos que el problema es el antropocentrismo, eso te obliga a mirarte a ti mismo, a pensar qué estoy haciendo yo mal más allá de que el sistema sea capitalista. Creo que eso es muy importante.

Una de las cuestiones clave que me hizo pensar en ello fue descubrir que la destrucción de la megafauna comenzó hace cincuenta mil años, cuando nuestros antepasados homo sapiens empezaron a colonizar el mundo y exterminaron una lista larguísima de especies. No eran capitalistas, además eran muy pocos y, en cambio, provocaron una catástrofe ecológica. Efectivamente, otros modelos económicos tampoco han sido benévolos con la naturaleza. Creo que el problema es más amplio, el capitalismo es un horror pero el problema no se acaba solo ahí.

 En el libro no evitas la polémica. Una de tus propuestas es que es necesaria una disminución drástica de la natalidad.

La gente que no quiere hablar de ese tema no entiende cómo funciona la biosfera. Es decir, la población humana ha aumentado mucho, sobre todo en los últimos siglos, pero ese aumento se ha traducido en disminuir las poblaciones de otras especies. El drama es ese y el problema es que los ecosistemas necesitan a las demás especies para funcionar. Esto se ve muy bien en un estudio de 2018 que cito en el libro, La distribución de la biomasa en la Tierra. Nos dice que si miramos la biomasa de los mamíferos, solo el 4% de los mamíferos son salvajes; el 36%, humanos y el 60%, ganado. Esos datos muestran con claridad dónde está el problema. Y una parte del problema es la dieta y otra, el aumento de población humana. Por supuesto, la disminución de la natalidad debería hacerse sin violar los derechos humanos de nadie. Las ecofeministas han pensado mucho en el tema y han hecho propuestas sensatas. Lo que han visto es que hay una relación entre la natalidad y las condiciones de vida de las mujeres. Cuando las mujeres tienen un oficio y acceso a la planificación familiar, tienen menos hijos. Y por tanto el camino va un tanto por ahí.

Y, sin embargo, en Europa y en España en particular se insiste en que hay un problema demográfico.

Pero yo creo que eso es porque pensamos en el marco de los países y no de las especies, y ahí está el problema. Incluso para la izquierda ecologista el marco mental son los Estados, y los Estados son una ficción humana, la naturaleza no los reconoce. La biosfera funciona por el equilibrio entre especies y eso es lo que deberíamos tener en cuenta, las relaciones entre especies y no las relaciones entre Estados.

 Esa idea conecta muy bien con el biorregionalismo que defendía, entre otros, Gary Snyder allá por los años sesenta, ¿no?

Yo creo que en los años sesenta se pusieron sobre la mesa muchas ideas muy importantes, estudios científicos, también propuestas desde la filosofía, desde la poesía. Se articularon modelos teóricos importantísimos que, si nos los hubiéramos tomado en serio de manera colectiva, podíamos haber reconducido nuestra sociedad. En cambio todo eso se barrió muy rápido, como si fuera una especie de sueño loco, y fuimos en contra de todas estas propuestas. Porque los años sesenta y setenta son los años de Rachel Carson, del Informe de los límites del crecimiento. Ahí hubo un momento de mucha gente inteligente compartiendo ideas muy sensatas y que no se les tomó en serio. Fue un error muy grave.

 Volviendo al antropocentrismo, creemos que la manera, digamos occidental, de relacionarnos con la naturaleza es la única aceptable, pero hay culturas, como la de algunos nativos norteamericanos, que nos enseñan otros caminos más respetuosos con la vida.

Ese tema es fundamental. Se considera a los cazadores recolectores los más primitivos, los más irracionales, cuando normalmente tienen un conocimiento de su medio natural muy superior al que tenemos nosotros. En ese sentido, me gusta mucho un libro de Barry López, Sueños árticos. Estuvo una época conviviendo en el Ártico con culturas de cazadores recolectores. Cuando había visitas de científicos, llegaban con la idea de que los nativos no conocían cómo funcionaba ese mundo y cuestionaban lo que les contaban. Pero en muchos casos luego se demostró que los indígenas llevaban razón, entre otras cosas porque llevan viviendo allí miles de años.

Tú eres ecologista y antiespecista, pero algunos temas, como las poblaciones de cotorras en las ciudades o la ganadería extensiva, han propiciado la fricción entre ambos movimientos. En este ensayo y en otros ámbitos siempre has insistido en que la convergencia es posible.

Creo que lo de la ganadería extensiva es una mentira. No es verdad que sea buena, es una mentira tremenda. Somos 8.000 millones de personas y no puedes alimentarlas con carne, aunque sea de ganadería extensiva, sin devastar los ecosistemas. Eso tiene que ver con una cosa que en ciencia se sabe, pero de la que a los ecologistas no les gusta hablar: la estructura de la cadena trófica. En los ecosistemas los animales herbívoros son los que tienen poblaciones grandes, mientras que los animales carnívoros siempre tienen poblaciones muy pequeñas. Si vemos el típico documental del Serengueti hay un montón de herbívoros de muchas especies y hay grupitos de leones y otros carnívoros. La base de la cadena trófica son los seres que realizan la fotosíntesis, plantas y algas, son las que tienen la mayor biomasa, captan la energía solar y a partir de ahí arranca la cadena alimentaria y luego cualquier piso superior en la cadena trófica accede a menos energía. Es decir, un herbívoro no puede acceder a toda la energía de las plantas sino únicamente a un 10% y, por lo tanto, su biomasa ya es menor. El carnívoro accede a un 10% de la energía de los herbívoros, por lo tanto su biomasa es todavía más pequeña. Los animales carnívoros, para entendernos, son una especie de lujo de los ecosistemas, siempre hay muy pocos. Por tanto, que los humanos seamos 8.000 millones de personas y queramos dieta cárnica va en contra de cualquier ley de funcionamiento de la biosfera, no tiene ningún sentido.

 ¿Por qué le cuesta tanto al movimiento ecologista darse cuenta de esa realidad?

Seguramente sean varias razones, creo que mucha gente tiene un problema de adicción, y lo digo en serio, de adicción a la carne. Que no se siente capaz de dejarla. Y también existen elementos culturales que tienen que ver con la sensación de dominio del mundo natural que te da comer carne o que te da el ganado. Para mucha gente el hecho de que exista ganado en el campo le da la sensación de que nosotros dominamos la naturaleza, los ecosistemas, porque los animales son nuestros, los gestionamos, los llevamos de aquí para allá y eso es lo que explica también que una parte del ecologismo vea con malos ojos el rewilding, que implica dejar de dominar. Hay una parte del movimiento ecologista que está preocupada por el cambio climático, pero que sigue siendo muy antropocéntrica y no quiere renunciar al dominio.

 ¿Cómo podría el rewilding contribuir a frenar el cambio climático?

El cambio climático está avanzando rápidamente y eso significa que los ecosistemas se tienen que adaptar. Muchas especies van a emigrar, de hecho algunas ya están emigrando, tanto animales como plantas, y va a haber cambios de conducta de distintos tipos. La evolución funciona así, las especies intentan adaptarse, no en un sentido de intencionalidad, sino que se van adaptando a las situaciones. Si somos nosotros, los humanos, quienes gestionamos los ecosistemas, los ecosistemas no podrán adaptarse. Además no somos conscientes de que todo esto puede pasar muy rápido, el cambio climático se está acelerando, probablemente en cuatro o cinco años vamos a superar el grado y medio de aumento y antes de 2050 habremos superado los dos grados, y dos grados es muchísimo. Va a cambiar completamente el funcionamiento de la Tierra y hay que permitir que las especies se puedan adaptar en la medida de lo posible, por eso es tan importante el rewilding.

 ¿Crees que en cierta forma seguimos teniendo una cierta adoración por el paisaje?

Tenemos que entender que los ecosistemas salvajes son dinámicos. Nosotros a veces nos enamoramos de un determinado ecosistema, de un determinado paisaje porque estéticamente nos gusta mucho, porque vemos unos valores culturales, por una relación personal, por vinculaciones sentimentales con algunos entornos. Pero con el tiempo he entendido que eran entornos muy degradados y muy desequilibrados. No se trata de renunciar a esas emociones, se trata de ponerlas en contexto.

 Sostienes que en cualquier proyecto rewilding hay que contar con las poblaciones locales. Y uno de los problemas que se plantean y que tú desarrollas en el libro es el de la subsistencia de esas poblaciones. El turismo, por mucha etiqueta de sostenible que queramos ponerle, ¿no va en contra de esos procesos de “renaturalización” a los que apelas?

Para mí es uno de los temas más difíciles. Tengo con eso reflexiones ambiguas. Es verdad que el turismo es muy problemático, sobre todo el turismo a gran escala. En zonas donde hay mucha caza deportiva, hay gente que está intentando proponer modelos contrarios y alternativos, como ir a ver animales salvajes en libertad. En vez de que vayan a matarlos, que los vayan a ver. Es un paso adelante. Pero es verdad que es turismo y tiene un coste ambiental. Hay unas disfunciones que son muy dolorosas y que yo las llevo con mucha contradicción interna y mucha tensión porque es jugar entre distintos grados de males. También es verdad que cierto grado de turismo puede tener un lado educativo, en el sentido de entender los ecosistemas, valorarlos, pero se te puede ir de las manos con facilidad, estoy de acuerdo contigo.

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