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Desmontando uno de los bulos más crueles de la tauromaquia

Desmontando uno de los bulos más crueles de la tauromaquia

Juan Ignacio Codina Segovia

Periodista, doctor en Historia Contemporánea y autor de ‘Pan y Toros’ y de ‘Antitauropedia’

De vez en cuando conviene desmontar algún bulo que otro. Es muy sano y resulta una actividad fascinante, una especie de sesión de mindfulness, solo que mucho mejor. Al tiempo que liberas tu mente, esperas producir una catarsis que rompa de lleno, zas, los esquemas mentales de algunas personas. En fin, todo el mundo debería tener derecho, al menos una vez en su vida, a dar un zasca de campeonato. Es más, debería haber un funcionario que, a cada recién nacido, le dijera: "bienvenido a este mundo, aquí tiene su partida de nacimiento y este vale personal e intransferible, sin fecha de caducidad, para desmontar un bulo. Ale, pues esto ya estaría, firme en la línea de puntos y ya puede irse. No vuelva más por aquí y suerte en la vida. ¡Y no se olvide de utilizar su vale!".

Pues hoy yo hago efectivo mi vale. Y lo voy a usar para denunciar una de las falsedades más crueles sobre las que históricamente se ha fundamentado, y lo sigue haciendo hoy en día, la tauromaquia. Hablo de la cosificación del toro. Hemos sido víctimas de una centenaria intoxicación cultural taurina según la cual el toro es un mata hombres, un asesino, una bestia demoniaca y sanguinaria que sale a la arena a destripar a todo el que se le ponga delante y que, por tanto, no merece ninguna empatía ni compasión, y es merecedor de todos los castigos y torturas a las que es sometido. Es un animal salvaje que..., por dios, es un salvaje, y no se hable más.

Todo esto es un relato falso, un bulo cultural que, como digo, desde hace siglos cosifica y convierte al toro en un monstruo sobre el cual no hay que tener ningún tipo ni de piedad ni de consideración.

Sin embargo si, por ejemplo, leemos al profesor Jesús Mosterín o al gran divulgador Félix Rodríguez de la Fuente, encontramos, así de primeras y como quien no quiere la cosa, un conjunto de razonados argumentos científicos que echan por tierra esta mentira cultural. Por un lado Mosterín asegura, como digo, desde la Ciencia (así con mayúsculas), que "el placer y el dolor, los celos, la ambición, el miedo, la alegría y la frustración son emociones que compartimos con los demás mamíferos", incluidos por supuesto los toros.

En esta línea, el catedrático vasco explica que los toros sienten y padecen dolor, miedo, angustia y otras emociones básicas y, además, son meros rumiantes, seres pacíficos, "timoratos y siempre proclives a la huida". Estas son sus palabras: "[...] los rumiantes son miedosos y huidizos, todo lo contrario de fieros o bravos, nunca atacan sin ser provocados y acosados, y son la cosa menos agresiva que existe. Toda su fisiología está preparada para la huida. El toro es un rumiante típico que solo desea que lo dejen pastar y rumiar en paz". Esto dista mucho de la imagen de asesino implacable que desde la tauromaquia nos llevan vendiendo desde hace siglos.

Por su parte, Rodríguez de la Fuente, desde su conocimiento científico basado sobre todo en el empirismo y la observación, en una entrevista en 1969 lo deja bien claro: "El toro [solo] ataca porque tiene miedo". También asegura que, cuando es obligado a salir a la plaza, "el toro tiene más ganas de jugar que de matar". Así pues, el único que sale a la arena con la intención de matar es el torero. El toro, muy al contrario, y de una manera muy inocente, solo quiere jugar.

Y, para rematar, el naturalista y gran conocedor del reino animal expone que "Básicamente, todos los bóvidos están armados de cuernos para defenderse de sus enemigos, y actúan ante el estímulo del temor que su presencia les produce". Como consecuencia de este comportamiento de los bóvidos, entre los que se encuentran los toros, el director de El Hombre y la Tierra dice: "Ante el estímulo natural del terror, no hay más que dos salidas: huir o atacar. Los criadores de reses bravas, cruzando a los ejemplares más agresivos, han fabricado animales que sienten, al menos aparentemente, la gozosa tendencia natural al juego de la agresión que, luego y seguramente, sin que el toro lo desee, se convierte en el juego de la muerte".

Pues ya ven ustedes: resulta que el toro es un ser inocente que no desea morir, alguien que, en definitiva y a la postre, de todos los participantes en la corrida, es el único que acude a la plaza obligado.

Pero, ya puestos, profundicemos un poco más en la extraordinaria sensibilidad de estos animales para evidenciar, por si a estas alturas todavía fuera necesario, que la realidad no tiene nada que ver con el burdo relato que pretenden imponernos los taurinos. Especialmente interesante y aclaratorio resulta a este respecto referirse a la obra Mil libros, de Antonio Espina.

En este trabajo Espina resume el estudio psicológico que del toro como animal se incluye en la obra Los toros, del historiador taurino por excelencia José María Cossío, en la que se asegura que el toro es un animal que no ataca sino cuando se siente amenazado, y en defensa propia.

Así lo explica Espina, insistimos, parafraseando la obra del taurino Cossío: "[El toro es un] animal que, contra lo que se cree, no tiene nada de valeroso. Teme al hombre y a las fieras; pero su instinto de defensa le hace acometer cuando se ve acosado o cree que va a ser atacado. Cuando puede huir, lo hace, y en el campo no solo no ataca, sino que es muy frecuente que experimente reacciones afectivas hacia las personas que conoce y le tratan bien. Cuando sale al ruedo, se encuentra encerrado en el círculo de la barrera y se para o corre, confuso o temeroso, creyendo encontrar un lugar para huir hacia la dehesa; no lo halla y se irrita, sabe que corre peligro cuando le ponen delante dos estímulos de excitación para él, el movimiento y el color. La muleta roja fatiga su retina, le ocasiona dolor, al mismo tiempo que el torero, con sus rápidos movimientos, le excita más y le enfurece; entonces ataca".

Que esto se sostenga en la obra del propio Cossío, historiador taurino por antonomasia y convertido en la gran referencia de los aficionados a estas diversiones, es de una gran importancia pues evidencia la injusticia que se comete con el toro, provocándole hasta sacar su furia, y todo por mero espectáculo y regocijo. Esto echa por tierra cualquier creencia al respecto de que el toro sea un animal fiero, oscuro, inhumano, malo, vengativo y asesino, y que, como tal, se merece todos los tormentos a los que es sometido durante la lidia.

Recensionando el estudio de Cossío, Espina continúa destacando que "Los toros son animales bastante emotivos. Sienten antipatía o simpatía por determinadas personas", y asegura, citando directamente palabras que aparecen en el volumen original del historiador taurino, que el toro "posee memoria o facultad asociativa de imágenes y estados de conciencia y, en general, de toda clase de fenómenos psíquicos, ya sean conocimientos, sentimientos o tendencias". Y, en este sentido, recuerda que "Ha habido toros, como el Civilón, de Cobaleda, que se dejaban acariciar por los niños" y a continuación explica que "El toro muge de distintas formas para expresar su estado de ánimo: celos, furor, amor, satisfacción, hambre, angustia".

Por si quedara alguna duda, el célebre torero Juan Belmonte, según recoge Espina a través de Cossío, dejó dicho que "el toro sólo embiste cuando se le fuerza a ello, cuando no tiene más remedio, cuando está ya cansado de rehuir la pelea". Pues ea, y lo dijo Belmonte. Ahí es ná.

Finalmente, y entre muchos otros a los que podría citar, me acuerdo de dos relevantes e históricos personajes de nuestra cultura. De Quevedo, quien escribió que el toro es un buey, el marido de la vaca, pidiendo que los de los capote le dejarán en paz de una vez por todas, y del humanista renacentista Gabriel Alonso de Herrera quien, en 1513, en su Obra de Agricultura, dice: "Yo no lo alcanzo a entender qué placer puede haber en matar a lanzadas y cuchilladas a una res, de quien ningún mal se espera; y si algún mal hacen los toros durante la corrida, la necesidad y la desesperación es lo que les obliga a hacerlo". Sí, han leído bien, 1513.

La tauromaquia es cruel en tanto en cuanto convierte el dolor y el sufrimiento de un ser vivo en una mera diversión, en un pasatiempo. Pero no me digan ustedes que, sabiendo todo lo que sabemos del toro y de su sensibilidad, la tauromaquia es, además, una monstruosidad inhumana.

Me pregunto si los aficionados taurinos seguirían disfrutando del martirio al que se somete al toro sabiendo lo que se relata en este texto. La verdad es que prefiero no saberlo. Si le hicieran eso a tu perro o a tu gato (como proponía con su finísimo humor el gallego Wenceslao Fernández Flores), ¿te parecería una salvajada? Entonces, ¿por qué el toro queda al margen de esa empatía? Ya se lo digo yo: bulo cultural que durante siglos se ha utilizado porque a los defensores de la tauromaquia les interesa, y de qué manera, que el toro siga siendo concebido como un sanguinario asesino, como un malo de película tan malo tan malo tan malo que, al final, no solo deseas que muera de la peor manera, sino que hasta disfrutas y te alivias con ello. Solo que el pobre toro sufre y muere de verdad. No es ninguna película. Como dijo Pérez de Ayala, la corrida de toros no es una representación: es algo real, la muerte y la sangre en vivo y en directo. Y la gente aplaude, ríe y bebe vino. Vaya locura. No me digan que no.

Por cierto, si todavía tienen su vale, les recomiendo que lo usen. En estos tiempos de bulos, por burdos que sean, conviene seguir desmontándolos.

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Fuente original: https://blogs.publico.es/ecologismo-de-emergencia/2024/10/10/desmontando-uno-de-los-bulos-mas-crueles-de-la-tauromaquia/