El veganismo es un movimiento en auge en Europa en estas últimas décadas, está claro. Y yo soy testigo privilegiada del fenómeno emergente. No sé cuantísimos artículos, libros, documentales y estudios habrán llegado a mis manos sobre el tema en estos últimos años. Y, sin embargo, la historia no es reciente. Los orígenes del movimiento se remontan tan lejos en el tiempo y en el espacio como a la Grecia Antigua.
Es una de las muchas informaciones que he aprendido leyendo el pequeño ensayo ¿Qué es el veganismo?, un libro escrito a cuatro manos por la canadiense Valéry Giroux y el francés Renan Larue y que ha sido recientemente publicado en España por Plaza y Valdés Editores.
Me ha resultado muy interesante poder observar el fenómeno desde la reflexión intelectual y no, como suele ser el caso en el blog, desde la llamada a la acción ante las imágenes violentas o la acción política a menudo poco sensible a la problemática. Giroux es una filósofa y Larue es un profesor de Literatura que no esconden en su tarjeta de presentación su total adhesión a la causa: ambos son defensores en pro de los derechos de los animales.
Se trata de una cibercomunidad que se ha constituido gracias a la realidad de la “aldea global”
Y ambos utilizan sus conocimientos sobre filosofía y sociología para elaborar un discurso intelectual que explique lo que está pasando ante nuestros ojos. El auge del veganismo discurre en paralelo a la pérdida de poder hegemónico de dos ideologías que le son opuestas: el especismo y el carnismo. El especismo, leo, “consiste en otorgar menor valor moral a los seres que no pertenecen a la especie humana”. Y el carnismo, por su parte, “es la ideología que nos condiciona a considerar como bueno, justo, natural y necesario comer y, por extensión, someter a los miembros de ciertas especies animales”.
Entrar en la discusión es replantearse de nuevo la cuestión ancestral de en qué consiste una persona y de qué relación puede o debe establecer con los animales: de dominio, de explotación, de uso y abuso; o por el contrario, de cooperación, de respeto mutuo e incluso de reconocimiento de igualdad de derechos. El abanico de posibilidades es tan amplio como uno quiera imaginar y los extremos, casi irreconciliables. Unos por un lado alardean de la Veggie Pride (orgullo vegano) mientras los otros dan rienda suelta a la vegafobia: se confiesan enemigos públicos y declarados del veganismo.
El libro cuenta que desde el lanzamiento de la Veggie Pride en París en el 2001 el ambiente ha cambiado mucho en Francia, puesto que ha aumentado mucho la preocupación por la situación de los animales domésticos. Doy fe de ello. Por ejemplo se ha creado mucha conciencia colectiva sobre la situación de las gallinas ponedoras y varios grupos de distribución alimentaria ya no venden huevos provenientes de gallinas enjauladas. Para los autores del libro la vegafobia, que se expresa a menudo a través de los medios de comunicación, no es más que la manifestación de la influencia cultural del carnismo y es, por así decirlo, un llamamiento periódico al orden establecido.
El veganismo, a juicio de los autores, es un movimiento social que ha crecido al calor de Internet y que tiene por objetivo liberar a los animales del yugo humano. Es una cibercomunidad que se ha constituido gracias a la realidad de la “aldea global”. La conexión “de persona a persona” ha obligado a los clásicos “gurús” de la nutrición (la industria agroalimentaria, los médicos y la escuela) a soportar la competencia de otros actores como, por ejemplo, los activistas veganos. No sé si el veganismo es el futuro, pero en todo caso ha llegado para quedarse y, en el peor de los casos, va a tener que convivir con el carnismo y el especismo.
¿Seguiremos comiendo carne por costumbre, porque nos gusta el sabor, por mantener el status quo, porque hay muchos empleos en juego y dejar de consumir carne haría desbaratarse el castillo de naipes que hemos construido? Lo escribí un día y lo repito hoy aquí: el día en que la “carne” producida a base de plantas, sin intervención ni sufrimiento animal, esté al alcance de mi mano en el lineal del supermercado como si de una chuleta de cerdo se tratara, a mí que no me busque más el carnicero porque no me va a encontrar.
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Fuente: https://elpais.com/elpais/2021/04/08/alterconsumismo/1617869943_094469.html